Jardins de Bagatelle

Mi nueva ciudad es grande, más grande que la ciudad donde nací y como todas las grandes y medianas ciudades las han llenado de grandes centros comerciales. Con lo que me gustó la iniciativa del ayuntamiento de Oviedo estas pasadas navidades de incentivar a las pequeñas tiendas para rotular sus nombres en los escaparates, como en los cincuenta. Como esas series que ponen en la tele. No sé por qué se dejó morir el pequeño comercio si ahora parece que lo más in es comprar en pequeñas Bagatelle «como la perfumería que tenían mis tíos en Torrelavega, Perfumería Barquín.

Fue la primera en poner un pequeño apartado para la estética porque mi tío Antonio siempre ha dicho que «no hay mujer fea sino mal maquillada». Un adelantado al Photoshop.

En esa tienda que hoy la ocupa una de esas franquicias de moda ayudó mi madre y mi tío y toda la familia en campaña de Navidad. Se envolvía en papel de seda blanco con la firma de Barquín en rojo y las mujeres y hombres que podían iban a comprar perfumes de Guerlain y Christian Dior. Alguna pagaba a plazos, eso se hacía mucho en el comercio pequeño. Alguna tienda de aquella época cerró hace poco aún con el cuaderno de cuentas sin cuadrar. Por cierto, mi perfume favorito de entonces, no es colonia decía mi tía Tea, era Jardins de Bagatelle. No sé si era la mejor pero a mí me resultaba estiloso decir a mi tía «ponme un poquito de Jardins de Bagatelle».

Hoy mis tíos que tienen más de noventa y que no concretaré su edad porque siguen siendo muy coquetos continúan diciéndome cuando voy a verlos ‘límpiate bien el maquillaje, qué crema usas, no te pintes así los ojos que los haces más pequeños’ entre decenas de consejos. Y por supuesto siempre salgo de su casa con algún disco de música clásica o alguna acuarela.

Ellos me llevaron muchos miércoles a la Sala Espí para ver las exposiciones de pintura. Siempre lo vi tan cotidiano que hasta hace unos años no me di cuenta que de ahí me viene el gusto por la pintura. No le había dado la importancia que se merece y las gracias a mis tíos. La educación es coger los cubiertos y también apreciar una pintura o un libro.

Hablar ahora de centros comerciales rompe la nostalgia y belleza de estos de recuerdos. Sólo veo en ellos ladrillos y cual tío Jilito, billetes.  Todo está analizado. Las horas más concurridas, la disposición de la ropa y de las tiendas, la música que suena, el olor, los precios. Sin embargo mis tíos y otros tantos pequeños tenderos, como les llamábamos de pequeños cambiaban con ilusión cada poco el escaparate con la única pretensión de que luciera bonito.

Pero no iré de lo que no soy. Voy a los centros comerciales y compro. Trato, eso sí, de ir aleccionada y de comprar únicamente lo que necesito, no ir de compras y sobre todo, no ir a comer. Y entiéndase comer como cenar, desayunar y todo aquello que conlleve ingerir alimento salvo agua, porque a mí me dan sed. Prefiero comer una par de huevos fritos en el bar más sencillo del mundo a comer en un centro comercial, aunque llueva, que parece ser la gran disculpa junto a «como tengo niños». Pues yo de pequeña, en invierno,  hacía rosquillas, galletas, pintaba figuritas de escayola, jugaba a la oca y me aburría un poco. Ahora aburrirse está prohibido por la OMS. Las casas tienen que ser como dice mi amigo Luis, un constante campamento de verano.

Con el desembarco en mi nueva casa, he visitado más de un centro de estos pero ojo, con lista porque si no caería al carro más de una y más de dos cosas que no necesito, estando el mayor grado de tentación en las zonas donde según algunos estudios puede darse un síndrome llamado «de encontrar un tesoro» o algo así. O sea, que vamos por esos centros comerciales como aventureros en busca de un tesoro.  Y algo de verdad hay porque al llegar a casa cuentas que mira lo que he encontrado por dos euros. Como si las otras mil ochocientas personas que pasaron antes que tú no lo hubieran visto.

Los centros comerciales son todos iguales pero yo si cierro los ojos viajo a la tienda de mis tíos y huelo Jardins de Bagatelle y veo a mi madre envolviendo paquetes y el pequeño despacho de la trastienda y a mi hermana y a mi probándonos collares y la máquina de los chicles de bola, aunque me da que la bola no era tan grande como mi recuerdo. Y les doy las gracias por llenarme de recuerdos hermosos.

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